¿Para qué escribir un libro? ¿Cuál es la finalidad de pasarse horas y horas en buscar esa perfección en las hojas? En principio, casi todos te dirán que se escribe para poder compartir un pensamiento, sentimiento o imaginación, un cuadro que es el lector final el que lo descubre. Y aunque parece algo muy evidente, pasamos algo por alto que hace que esto no sea así, no al menos en su término.
Yo puedo escribir un libro en el que narro a un personaje con unas características generales definidas, en un ambiente concreto y desarrollando una trama de persecución. Esa es la visión que yo tengo como escritor, el punto de origen que define esa historia. Todas y cada una de las letras que estoy escribiendo en ese capítulo, se basan en mi percepción e imaginación. Ese libro, capítulo, párrafo y frase que estoy tipeando, la escribo partiendo de lo que mi mente va desmenuzando y convirtiendo en palabras. Es, para definirlo de forma más palpable, haber dibujado un lienzo con el paisaje que imaginaba ver pintado.
Y sin embargo, esa realidad cambia casi sin darnos cuenta. Ese cuadro que he pintado como escritor, ahora lo toma un lector y lo ve, lo lee, lo palpa con su percepción y -para suerte o temor del autor- crea su propia realidad a partir de ello. En mi cuadro yo pinté un paisaje de montaña nevado con un Sol amarillento, intentando conferir nostalgia, aunque el lector puede que aprecie tristeza, amor o incluso odio, dependiendo de sus experiencias pasadas. Si a eso sumamos que son varios lectores, cada uno con su propia vida y percepciones, el cuadro se transforma en una compleja obra con múltiples interpretaciones. Ya no es lo que yo, como autor, quería transmitir, sino el inicio para despertar algo sobre según qué lector. Hay tantos lectores como autores, o más aún. Lo cierto es que una obra literaria suele tener un solo autor, pero impensables coautores en sus lectores que se apropian del libro y de lo que este guarda en cada una de sus letras.
Traspolemos ahora la analogía del cuadro con un libro escrito. El lienzo es algo mucho más visual y menos complicado de interpretar (al menos si hablamos de estilos no cubistas y semejantes), justo donde un libro puede pecar de lo contrario. Un escena bien descrita recrea la imagen certera de cómo es ese lugar a rasgos generales, o al menos como lo veo yo, como autor. Y puedo transmitir esa idea al lector, que sin lugar a dudas, añadirá de forma inconsciente más detalles. La pregunta que nos azota es: ¿es bueno eso? ¿diferirá mucho lo que el lector ve en relación a lo que el autor quería retratar? Supongo que esto es así y debe ser así, al menos si no queremos dedicar dos páginas a definir cada ambiente que secunda una acción en el libro. Cuanta más información demos, más fácil se lo ponemos al lector y más le guiamos hacia ese cuadro que estoy escribiendo, sí, mas recaemos en algo muy pernicioso: la pedantería. Si en cada cambio de plano de uno de los personajes estoy de nuevo definiendo cómo es el alrededor, provoco una ralentización muy grande en los sucesos, hago que la trama se diluya entre tanta descripción y canso a un lector que quiere algo de velocidad sobre el hilo argumental.
¿Cómo alcanzar el equilibrio? ¿Se puede? Sí, creo firmemente que sí. El autor debe aceptar que habrán distintas interpretaciones de ese libro que él está pintando con tanta delicadeza. Me remito de nuevo al ejemplo del cuadro, que equivaldría a mostrarte durante un solo segundo un cuadro pintado, para luego preguntarte qué viste. Te quedarás con la idea general de lo que viste, para añadirle luego pequeños retazos tuyos, pero difícilmente podrás evocar con exactitud cómo era el cuadro original. Pues el libro es lo mismo. Para combatirlo, debes ser preciso en tus palabras y escoger con cabeza la mejor forma de recrear esa imagen que tienes y quieres transmitir, condensando todo en un párrafo de extensión razonable.
Lo fácil es escribir a medida que te van saliendo las ideas, para luego arremeter con pequeñas correciones y darlo por válido. Eso te convertiría en un autor tal a lo que yo podría como pintor, sin haber visto nunca un pincel, un lienzo o un caballete. Puedo trazar colores de óleo sobre el lienzo, claro que sí, pero sería presunción por mi parte llamarme autor. En todo caso, puedo llamarme escritor sí, pero no autor de un libro. Es parte de cualquier autor-escritor, saber conformar cada párrafo que escribe de forma idónea para que los lectores entiendan la idea a transmitir y que esta sea lo más fiel posible a la idea que el escritor quería transmitir. Si cien lectores coinciden en la misma imagen luego de leer tu libro, y además gozaron de su lectura, es porque su autor supo llegar a ellos. Esta es la verdad.
Para finalizar, me remito a la pregunta inicial: ¿para qué escribir un libro? Sé que existirán muchas respuestas, tantas como pareceres existan, mas yo solo veo y atesoro una: para transmitir al lector mi imaginación.