Nueva crítica literaria

La entrada de hoy es algo narcisista, aunque espero que me permitáis el atrevimiento. Recibo ayer la entrada de una blogger literaria en su blog que ha leído El códice Voynich y ha elaborado una reseña, muy elaborada por cierto, añadiendo parte de la historia real que rodea al enigmático manuscrito.

Podéis leer la reseña en su blog, Crónicas de una lectora errática, o entrando en la opción de menú de críticas donde están todas las críticas que se va escribiendo acerca de mi obra.

Desde esta entrada, quería agradecer a estos bloggers, booktubers y -en general- amantes de la lectura, que realizan de forma desinteresada una lectura y reseña obras de todos los escritores que despiertan su interés. Vuestra labor no solo es encomiable, sino un proceso que respeto y aplaudo con suma devoción.

Gracias a todos por vuestro tiempo, y gracias por vuestras palabras tan magnánimas. Que esta entrada sirva de tributo por vuestro trabajo.

 

Grandes escritores encerrados en pequeñas obras (o viceversa)

Escritor VS obras

Escritor VS obrasFormulo una pregunta rápida, de esas que te dan 5 segundos para responder o pides: ¿Sabes quién es JK Rowling? ¿Y Tolkien? Síiii…. seguro que los conoces bien, pero… ¿y si ahora te pregunto por su obra? Adelante, dime diferentes títulos de cada uno de estos adalides literarios. Casi con total seguridad, de la autora no habrás salido de la saga infantil de Harry Potter, mientras que del escritor te habrás quedado en El señor de los anillos y tomos de ese mismo entorno.

Válgame este burdo ejemplo para presentar precisamente lo que titulo en esta entrada. Ambos son grandes escritores, con una fama mundial y unas ventas no solo grandes, sino de récord. Hablamos de millones y millones. Y sin embargo… sin embargo, solo han escrito un libro. ¡Qué me estás contando, Iván! Bueno sí, perdón, varios libros, pero una misma saga. Bueno, realmente han escrito más, pero o nadie los conoce o solo los han leído / comprado sus editores, porque hablarte de «La historia de Kullervo» (Tolkien, 1915) o «El gusano de seda» (Rowling, 2014) estoy seguro que es hablarte en esperanto. Atrás quedó ese grupo de magos que creaban historias cada una mejor a la anterior, resultando en una bibliografía literaria en la que no podías decidir qué novela era mejor. Julio Verne, Isabel Allende, KAtherine Neville, Dan Brown o cualquier otro autor que vosotros dispongais. Mirad bien hasta dónde llega su estantería, cuántos libros tienen apilados y cuántos son conocidos. Incluso el afamado Conan Doyle, la sombra de nuestro bien amado Sherlock Holmes, escribió muchos más libros independientes del detective, algunos que incluso ni conocías («El mundo perdido», en 1912, inspirando a Jurassic Park) y otros que ni imaginabas que existieran (aquí podéis ver tooooooda su obra).

La reflexión que dejo aquí es qué te gustaría ser a tí (como escritor) o a cuál te gustaría más aplaudir (como lector). ¿Un escritor conocido por una obra concreta o uno sin obra cúlmen pero con una catálogo mucho más extenso? ¿Prefieres tener un récord de ventas con la novela X, o no estar en la cúspide de esa ola, pero mantener tus escritos nivelados?

Igual digo una nonada, mas yo personalmente me adhiero al grupo de los novelistas consagrados, y no los encerrados en una sola saga. Estos últimos son buenos escritores, eso no lo dudo, mas no creo que merezcan el reconocimiento tan grande que tienen si lo comparamos con otros, la verdad.

¿Y vosotros? ¿Cómo lo veis?

¿Para qué escribir un libro?

PAra qué escribir un libro

PAra qué escribir un libro¿Para qué escribir un libro? ¿Cuál es la finalidad de pasarse horas y horas en buscar esa perfección en las hojas? En principio, casi todos te dirán que se escribe para poder compartir un pensamiento, sentimiento o imaginación, un cuadro que es el lector final el que lo descubre. Y aunque parece algo muy evidente, pasamos algo por alto que hace que esto no sea así, no al menos en su término.

Yo puedo escribir un libro en el que narro a un personaje con unas características generales definidas, en un ambiente concreto y desarrollando una trama de persecución. Esa es la visión que yo tengo como escritor, el punto de origen que define esa historia. Todas y cada una de las letras que estoy escribiendo en ese capítulo, se basan en mi percepción e imaginación. Ese libro, capítulo, párrafo y frase que estoy tipeando, la escribo partiendo de lo que mi mente va desmenuzando y convirtiendo en palabras. Es, para definirlo de forma más palpable, haber dibujado un lienzo con el paisaje que imaginaba ver pintado.

Y sin embargo, esa realidad cambia casi sin darnos cuenta. Ese cuadro que he pintado como escritor, ahora lo toma un lector y lo ve, lo lee, lo palpa con su percepción y -para suerte o temor del autor- crea su propia realidad a partir de ello. En mi cuadro yo pinté un paisaje de montaña nevado con un Sol amarillento, intentando conferir nostalgia, aunque el lector puede que aprecie tristeza, amor o incluso odio, dependiendo de sus experiencias pasadas. Si a eso sumamos que son varios lectores, cada uno con su propia vida y percepciones, el cuadro se transforma en una compleja obra con múltiples interpretaciones. Ya no es lo que yo, como autor, quería transmitir, sino el inicio para despertar algo sobre según qué lector. Hay tantos lectores como autores, o más aún. Lo cierto es que una obra literaria suele tener un solo autor, pero impensables coautores en sus lectores que se apropian del libro y de lo que este guarda en cada una de sus letras.

Traspolemos ahora la analogía del cuadro con un libro escrito. El lienzo es algo mucho más visual y menos complicado de interpretar (al menos si hablamos de estilos no cubistas y semejantes), justo donde un libro puede pecar de lo contrario. Un escena bien descrita recrea la imagen certera de cómo es ese lugar a rasgos generales, o al menos como lo veo yo, como autor. Y puedo transmitir esa idea al lector, que sin lugar a dudas, añadirá de forma inconsciente más detalles. La pregunta que nos azota es: ¿es bueno eso? ¿diferirá mucho lo que el lector ve en relación a lo que el autor quería retratar? Supongo que esto es así y debe ser así, al menos si no queremos dedicar dos páginas a definir cada ambiente que secunda una acción en el libro. Cuanta más información demos, más fácil se lo ponemos al lector y más le guiamos hacia ese cuadro que estoy escribiendo, sí, mas recaemos en algo muy pernicioso: la pedantería. Si en cada cambio de plano de uno de los personajes estoy de nuevo definiendo cómo es el alrededor, provoco una ralentización muy grande en los sucesos, hago que la trama se diluya entre tanta descripción y canso a un lector que quiere algo de velocidad sobre el hilo argumental.

¿Cómo alcanzar el equilibrio? ¿Se puede? Sí, creo firmemente que sí. El autor debe aceptar que habrán distintas interpretaciones de ese libro que él está pintando con tanta delicadeza. Me remito de nuevo al ejemplo del cuadro, que equivaldría a mostrarte durante un solo segundo un cuadro pintado, para luego preguntarte qué viste. Te quedarás con la idea general de lo que viste, para añadirle luego pequeños retazos tuyos, pero difícilmente podrás evocar con exactitud cómo era el cuadro original. Pues el libro es lo mismo. Para combatirlo, debes ser preciso en tus palabras y escoger con cabeza la mejor forma de recrear esa imagen que tienes y quieres transmitir, condensando todo en un párrafo de extensión razonable.

Lo fácil es escribir a medida que te van saliendo las ideas, para luego arremeter con pequeñas correciones y darlo por válido. Eso te convertiría en un autor tal a lo que yo podría como pintor, sin haber visto nunca un pincel, un lienzo o un caballete. Puedo trazar colores de óleo sobre el lienzo, claro que sí, pero sería presunción por mi parte llamarme autor. En todo caso, puedo llamarme escritor sí, pero no autor de un libro. Es parte de cualquier autor-escritor, saber conformar cada párrafo que escribe de forma idónea para que los lectores entiendan la idea a transmitir y que esta sea lo más fiel posible a la idea que el escritor quería transmitir. Si cien lectores coinciden en la misma imagen luego de leer tu libro, y además gozaron de su lectura, es porque su autor supo llegar a ellos. Esta es la verdad.

Para finalizar, me remito a la pregunta inicial: ¿para qué escribir un libro? Sé que existirán muchas respuestas, tantas como pareceres existan, mas yo solo veo y atesoro una: para transmitir al lector mi imaginación.

La motivación en la escritura

No sé vosotros, escritores asiduos o aficionados, si alguna vez os habéis encontrado con la nefasta pregunta de ¿por qué seguir escribiendo? o ¿para qué? Yo, personalmente, no he tenido dicha disyuntiva (de momento) aunque sí me la ha formulado alguien de mi círculo. Lo cierto es que, luego de oirle, te planteas la pregunta más en profundidad, analizando si realmente debe existir esa motivación en cada uno y cuál debe ser.

Mi motivación la tengo clara. Muy clara. Escribo porque me gusta escribir, porque me gusta posar en letras esa fantasía que inunda mi cabeza, esa historia que me gustaría contar a todos. Parece un argumento muy idílico, lo confieso, pero es la pura verdad. No hay más pretensiones fuera de ese hecho. El resto son alegrías que va uno recibiendo, pero no la motivación inicial por la que empezar a crear hojas y más hojas escritas. No obstante, esta motivación inicial varía en cada cual:

– Unos se motivan pensando en que ganarán dinero, un beneficio por las ventas que vayan haciendo de cada libro que tengan. Esta motivación es muy peligrosa (ya no diré si sana o realista), ya que los inicios nunca son fáciles y las ventas suelen ser escasas. Además, escribir por querer abultar la cartera, te hace perder la condición de ser un autor con una obra premium. El deseo de vender hará que crees una novela del tirón, revisando su ortografía y cuatro cosas más y lanzándola al mercado lo antes posible, para que te vaya rindiendo. El libro no es tu hijito, al que mimas y das cariño en todos los detalles, sino más bien un amigo al que quieres mantener contento.

– Otro grupo se centra más en su propio ego. Les motiva escribir «para decir soy un escritor». Este grupo es fácilmente identificable porque suelen inundar sus redes, el Whatsapp, correos y semejantes con el típico mensaje de «¡Eh! Que tengo novela en venta, te va a encantar. Comprala aquí» o «No te pierdas la mejor novela de XXXX género, la mía. Compralá aquí». Buscan rápido que todos sus colegas le reseñen con 5 estrellas en Amazon para poder gritar a los cuatro vientos «¡¡¡Mirad, tengo 20 reseñas de 5 estrellas!!!», cuando la verdad es que se está mintiendo a él mismo. La auténtica reseña, aquella que de verdad te gusta, es la que te deja un lector desconocido, no la que te deja tu amigo del alma o tu primo de Cuenca.
Esta motivación sí es muy perniciosa y debe ser controlada, más que nada porque aunque escribas muy bien, el spam al que sometes tu marca y tu libro hará que la gente te evite incluso sin leerte. Si la calidad de lo escrito es bueno o es malo ya dependerá de cada escritor, aunque generalmente, este grupo de autores motivados por su ego, destacan en una escritura llana y débil en la trama, con unos diálogos irreales en su redacción, además de sobrecargar los elementos descriptivos. ¿Por qué? Porque se tiene la errónea certeza de que por muchoa adjetivar, destacaremos más un texto, haciéndonos más detallistas y -por consecuencia- mejores escritores.

– El último grupo a analizar es el que se inspira en el plagio. Ve una novela que le gustó y decide «mejorarla» con su propio argumento. Lo curioso es que a veces hasta lo consiguen, aunque (como lector) si te leíste la novela de origen que da argumento a la suya, te puede resultar ofensivo, llamando al libro por su auténtico nombre: plagio.
Este grupo de escritores sufre de una autoestima baja, copiando ideas en vez de crearlas, y tejiendo argumentos y mundos donde otro ya los creó. Motivarse así, pensando que vamos a mejorar lo que «ese otro escribió» nos conducirá a un camino de perdición en manos de lectores y críticos.

Seguramente existan más grupos de motivación negativa, muchos más, aunque yo no he tenido el placer de conocerlos (ni falta que hace 🙂 ).

Lo mejor, como siempre digo, es guiarse por la humildad y el deseo de cumplir un sueño. El poder plasmar tu imaginación sobre un libro para poder mostrárselo a la gente debería ser una motivación más que suficiente como para dar alas a cualquier escritor. Sí, luego puedes buscarte otras muchas más motivaciones que te ayuden a seguir, como ir viendo que tienes unas ganancias o vanagloriarte con que eres más conocido en el mundillo, pero nunca debes dejar que dominen tu karma.

Quizás sea muy pretencioso por mi parte pensar así, o quizás muy inocente. Algunos, incluso, pueden decirme que es imposible no pecar en algunos de esos puntos motivadores antedichos, aunque os aseguro que sí se puede. No se trata de cómo escribes o de si tienes talentos para eso. Se trata de educación, simplemente eso. Piénsalo y entenderás lo que quiero decir.

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