Todos conocemos el ejemplo más actual que me sirve como presentación a esta entrada: Juego de tronos. A estas alturas, todos sabréis que esta fantástica serie producida por HBO está basada en los libros que el escritor George R.R. Martin lleva escrito (y aún sigue en ello), transformando las palabras escritas sobre el papel en imágenes palpables con nuestras retinas. El mismo caso se podría presentar en relación a Sherlock, Harry Potter, Los 100, El señor de los anillos, Heridas abiertas, Outlander, Por 13 razones y un largo etcétera.
Y ahora viene la pregunta fatídica que siempre suscita esta temática: ¿mejor la película/serie o el libro? La respuesta que yo me he encontrado va desde «mil veces mejor el libro» hasta «si no sacan la serie, paso de leerlo». Extremos aparte, lo que más me llama la atención son aquellos que, sin haber leído libro alguno opinan que el libro es mejor por aprobación social. ¿Cuál? Pues la que expone que si lees libros, eres una persona culta e inteligente. Sí, sé que es una relación absurda (al menos de forma directa), pero hay un gran grupo que piensa así y que adopta esa ley como su máxima cara a la gente. Te juran y perjuran que el libro les pareció fantástico y mucho mejor, que es una literatura fresca e innovadora en su estilo y que encandila con tan solo leer un párrafo. Evidentemente entienden del argumento, pues han visto la serie / película, e incluso aunque quieras pillarles en contradicción preguntándoles por determinados puntos que solo se narran en el libro y no en la versión visual, sabrán decirte «Ah sí, sí, no me acordaba de eso, sí…»
Yo soy un amante de las buenas series, sobre todo de aquellas que están basadas en buenos libros, y no tengo ningún reparo en decir en voz alta «No, no he leído ese libro». No soy mejor persona por ello ni más ignorante, sino una persona con menos tiempo libre del que quisiera 🙁 No obstante, toda esta perorata me sirve como moraleja para dar a entender que cada versión de un libro es eso, una adaptación, y nunca será tan enriquecedora como las letras. Sí es verdad que nos embriagamos con los efectos especiales y con las presencias de los actores que interpretan los distintos papeles, no enamoramos del metraje porque usamos los sentidos más fáciles de emplear, esto es, la vista y el oído. No hace falta que pensemos nada ni que imaginemos nada, todo se nos presenta en bandeja de plata para nuestro disfrute. Ahí ves al protagonista desenfundando su espada mientras arremete con una frase épica a su acérrimo enemigo, todo ello enmarcado en una atmósfera grotesca y de lluvia de cenizas… es un cuadro fácil de entender y de asimilar. Ahora vamos con el libro… sí, usamos los ojos para aglutinar toda la información, pero no es con ellos con lo que «vemos» (y mucho menos con los oídos) sino con algo mucho más valioso: la imaginación. Eso sí, esta hay que entrenarla, y la única forma de hacerlo es leyendo y leyendo. Es como un músculo que necesita que lo ejerciten para formarse.
Así pues, tenemos en un plantillo nuestros ojos y oídos y en el otro la imaginación. Quizás el primero sea de fácil absorción y carente de toda necesidad de esfuerzo por nuestra parte, mientras que el otro es todo lo contrario, aunque, nos olvidamos de un aspecto mucho más importante en el que la imaginación vence por goleada: es infinita. Al ver una serie, tú, yo y el todos vamos a ver lo que nos están mostrando tal cual, mientras que al leer un libro, cada uno matizará determinados aspectos según su criterio (imaginación) personal. Un ejemplo que todos entenderéis: Aragorn. Sí, Aragorn… ¿a qué todos habéis pensando de forma inconsciente en Vigo Mortenssen ataviado con su capa élfica? Yo me incluyo, ¿eh? 🙂 Y sin embargo, cuando antaño leí el libro, nunca hubiera imaginado al hábil montaraz con ese aspecto. Nunca.
Supongo que todo depende de la adaptación del lector a la versión en pantalla.